Cuando era niña quería vivir en una ciudad gris, donde la gente usara abrigos que llegaran hasta el suelo, donde caminaran frotándose las manos y exhalando aire helado. Nunca estás más vivo que cuando tienes frío. Cuando el viento te golpee la cara y te despeine, ya estarás en mi ciudad. La gente usará botas y bufandas, siempre habrá estufas y miraremos siempre detrás de la ventana, donde afuera hace frío. Los ancianos tienen ojos vidriosos y están cansados, y los niños están sucios e inquietos. El mar debe ser inmenso, que sosiegue la vista y la pena, que suene fuerte y honesto, que no me mienta. Cuando estés en una ciudad así, estarás en mi hogar, y cada uno de esos lugares serán mi casa. Una casa imaginaria que busco para siempre.
domingo, 15 de diciembre de 2013
martes, 10 de septiembre de 2013
99
Y caminar mucho y rápido, mientras las ideas se agolpan en la sien y duele, duele pensar. Quieres sumergirte en una canción interminable que tiña todo lo que ves; centímetro a centímetro, esperando que pronto llegues a un lugar desconocido donde no conoces a nadie, y lo único que sabes es que está lejos, y nada más. Los pies ya no avanzan, parece que te detienes; pero no, vas muy rápido, todo alrededor se ajetrea y se mueve escandalosamente. Parece que hay una fiesta a tu alrededor, pero tu estás sordo y no logras ver nada. Pareciera que sólo logras ver al mendigo que duerme en la pasarela de un viejo edificio, y te dan ganas de quedarte sólo con él y compartir su miseria, y sentirnos míseros juntos. Miseria que te recuerda que estás vivo (sí, a veces se me olvida). Y la gente pasa, agitada, a paso veloz por nuestro lado pero no los vemos, no los olemos, ni los sentimos. Son invisibles y nosotros para ellos. Ellos van a sus casas; nosotros hacemos de cualquier lugar nuestra casa. Cualquier lugar puede ser miserable con un poco de esfuerzo.
miércoles, 10 de julio de 2013
47
De nuevo estoy ahí, el paisaje no me acompaña y me contradice todo el tiempo. Moscas se agitan sobre mi cabeza y limitan mi pensamiento. Todos caminan apurados hacia alguna parte mientras me quedo detenido viéndolos. Detenido en mi vida, detenido en mi mente, sólo acompañado de un par de canciones tristes y melancólicas. Y pienso en que estoy solo, mis zapatillas roídas, mis chalecos apolillados y yo frente a la inmensidad del mundo. Se me revuelve el estomágo y se me agitan las entrañas, y dentro de mi vuelve a despertar el odio generalizado, la miseria deshumanizada y el olor a podrido.
martes, 14 de mayo de 2013
18
Y ya no tengo miedo; el viento fuerte me golpea la cara y me deja con un aire desaliñado, despeinado y sucio. Y habita en mi algo descomunal, algo monstruoso que necesita explotar allá afuera y allá cerca a la vez, algo que no cabe en el tórax y amenaza con expandirse hacia mis pies y dirigirme a lugares indecentes, decaídos y pobres. Sus voces me han corrompido los sueños y las pesadillas, mis flores ya no son las mismas, me he saboteado, me han pisoteado muchedumbres y canciones desestructuradas me han poseído. Pero los pasos ya no duelen, ya no pesan la existencia, algo fatal ha surgido de ellos; los quiero, quiero ese peso venenoso, ese peso descomunal que me desarma, que me asfixia en la intimidad pública. Cuando la desesperanza se apodera de mí, y ya no soy más, ya no soy más ese ser desposeído, cuando me siento descomunal y expansivo, hasta penetrar en las miradas ajenas, los actos ajenos y deshumanizados de los demás; allí estoy, allí duermo, allí me alojo para siempre, para siempre, allí estaré para siempre.
jueves, 18 de abril de 2013
90
Y vi a un viejo triste, parado en la esquina esperando un milagro que bajara del cielo; pero no pasó nada. Los perros le seguían; mamá perro, papá perro e hijos perros. Y la gente en las calles estaba como triste, como lejana. Las caras tenían inmensidad; inmensidad de despertar y que todo esto fuera un sueño. El viento fuerte me golpeaba la cara y me recordaba que estaba viva, que todavía estaba aquí. Mis zapatillas seguían roídas por el hollín, las lluvias y el polvo, pero no importaba porque me gustaban así; sucias y gastadas. Música retumbaba en mis oídos y me mantenía viva, la canción me decía algo que ya no me acuerdo. Y me gusta caminar, caminar mucho, cansarme, cansarme mucho.
Avancé más y el mar se veía a lo lejos meciendo los barquitos pesqueros y la neblina helaba todo a su paso hasta que llegó a mí y me dejó ciega. Sólo ahí pude distinguir aquello que buscaba en mi interior, y que no estaba allá afuera, ni en el hombre viejo, ni en los perros, ni en las casas destruídas, sino que estaba guardado dentro de mi cabeza, una cabeza a punto de explotar y de desvanacecerse por fin. Mis ojos estaban atentos a lo que ahora iba a pasar; algo estalló a lo lejos, allá cerca, allá aquí.
lunes, 4 de marzo de 2013
78
Y se asfixian mis ganas de amar, mis ganas de ser algo más, mi deseo se ahoga y se hace aire. No quiero correr más, ganas de estar en otro tiempo y en otro lugar. No más deseos de eternidades, ni plenitud. Sólo quiero ese segundo, ese infinito segundo de arrolladora e implacable muestra de vida. Ese momento, en donde todo se detiene y nada más importa, nunca más nada importará. Segundo en que entiendes porqué estás respirando y porqué estás de pie frente a la inmensidad, majestuosa y terrible, frente a un mar de deseos muertos.
Cuando ya no queda nada más adentro que una añoranza descomunal. Ganas de extrañar algo, algo muy guardado, algo muy valioso. Y sobre todo, ganas de estallar fuerte y lento, con el tiempo justo para esperar y ver qué pasa después.
76
Y ahí estamos, sentados en ese pequeño espacio de la ciudad, enfrentándonos al tiempo que no está pasando; detenido para siempre, sólo en ese momento y lugar, tomándonos unas bebidas y contentándonos por respirar el mismo aire, agradecidos por la circunstancia que nos unió. Y de alguna manera ese pequeño hoyo en la ciudad, oscuro y polvoriento, se transforma en el lugar más lindo del mundo.
lunes, 11 de febrero de 2013
87
Y ya no escribo cosas alegres, ya no me desvelo
por salvar a la humanidad; ellos no me necesitan, ni yo a ellos. Me hastío solo, sin recurrir a nadie, sin sollozar en la cara
de nadie, ni en la de ellos, ni en la mía, sucia y cansada a pocos años de andar. Y
me descubro, en la profundidad de las aguas, allí estoy recostado en algún
lugar, inmóvil, quieto para no respirar. Solo quiero que se apague eso que
persigo, eso que me quita el sueño para ver qué pasa. Qué hay atrás, qué hay al
final, qué es lo que se ha escondido de mí. Quiero añorar un episodio que
no existe, una edad y época indefinidas, sepultadas bajo capas de evolución,
quiero descubrir eso olvidado, esa escena sin testigos más que el firmamento
mismo, para despertar a mis huesos secos, roídos por el olvido.
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