Y se asfixian mis ganas de amar, mis ganas de ser algo más, mi deseo se ahoga y se hace aire. No quiero correr más, ganas de estar en otro tiempo y en otro lugar. No más deseos de eternidades, ni plenitud. Sólo quiero ese segundo, ese infinito segundo de arrolladora e implacable muestra de vida. Ese momento, en donde todo se detiene y nada más importa, nunca más nada importará. Segundo en que entiendes porqué estás respirando y porqué estás de pie frente a la inmensidad, majestuosa y terrible, frente a un mar de deseos muertos.
Cuando ya no queda nada más adentro que una añoranza descomunal. Ganas de extrañar algo, algo muy guardado, algo muy valioso. Y sobre todo, ganas de estallar fuerte y lento, con el tiempo justo para esperar y ver qué pasa después.
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