lunes, 27 de enero de 2014

98

Mientras el sol le quemaba la piel, la arena jugaba entre los dedos de sus pies. Estaba solo. Decidió chocar contra el miedo. Que fuera un choque fuerte, para que el impacto lo renovara. Dio el primer paso; sintió el peso del mundo sobre él. Sintió el peso de una implacable soledad y lloró. Avanzó hasta que el agua le cubrió los pies. Quería impregnarse de ese aire, de ese viento que hacía volar a las aves. Un ave negra, pero hermosa, pasó. Presa del miedo, corrió hacia las profundidades del agua,  como un desesperado, como si dentro de las aguas estuviera la calma. Corrió como si nada más importara. Se sumergió y sintió sosiego. Renacía de las aguas, mientras el agua le acariciaba la piel, mientras el sol le sonreía.

Abrió los ojos. Seguía solo. Las montañas lo observaban, pero no le dijeron nada. Sintió aprobación. Aprobación de su existencia. Podía ser el ser más miserable del mundo, pero los astros lo pensaban. 

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