lunes, 4 de marzo de 2013

78

Y se asfixian mis ganas de amar, mis ganas de ser algo más, mi deseo se ahoga y se hace aire. No quiero correr más, ganas de estar en otro tiempo y en otro lugar. No más deseos de eternidades, ni plenitud. Sólo quiero ese segundo, ese infinito segundo de arrolladora e implacable muestra de vida. Ese momento, en donde todo se detiene y nada más importa, nunca más nada importará. Segundo en que entiendes porqué estás respirando y porqué estás de pie frente a la inmensidad, majestuosa y terrible, frente a un mar de deseos muertos.

Cuando ya no queda nada más adentro que una añoranza descomunal. Ganas de extrañar algo, algo muy guardado, algo muy valioso. Y sobre todo, ganas de estallar fuerte y lento, con el tiempo justo para esperar y ver qué pasa después.

76

Y ahí estamos, sentados en ese pequeño espacio de la ciudad, enfrentándonos al tiempo que no está pasando; detenido para siempre, sólo en ese momento y lugar, tomándonos unas bebidas y contentándonos por respirar el mismo aire, agradecidos por la circunstancia que nos unió. Y de alguna manera ese pequeño hoyo en la ciudad, oscuro y polvoriento, se transforma en el lugar más lindo del mundo.