Mientras el sol le quemaba la piel, la arena jugaba entre los
dedos de sus pies. Estaba solo. Decidió chocar contra el miedo. Que fuera un
choque fuerte, para que el impacto lo renovara. Dio el primer paso; sintió el
peso del mundo sobre él. Sintió el peso de una implacable soledad y lloró.
Avanzó hasta que el agua le cubrió los pies. Quería impregnarse de ese aire, de ese viento
que hacía volar a las aves. Un ave negra, pero hermosa, pasó. Presa del miedo,
corrió hacia las profundidades del agua,
como un desesperado, como si dentro de las aguas estuviera la calma.
Corrió como si nada más importara. Se sumergió y sintió sosiego. Renacía de las
aguas, mientras el agua le acariciaba la piel, mientras el sol le sonreía.