Y ya no tengo miedo; el viento fuerte me golpea la cara y me deja con un aire desaliñado, despeinado y sucio. Y habita en mi algo descomunal, algo monstruoso que necesita explotar allá afuera y allá cerca a la vez, algo que no cabe en el tórax y amenaza con expandirse hacia mis pies y dirigirme a lugares indecentes, decaídos y pobres. Sus voces me han corrompido los sueños y las pesadillas, mis flores ya no son las mismas, me he saboteado, me han pisoteado muchedumbres y canciones desestructuradas me han poseído. Pero los pasos ya no duelen, ya no pesan la existencia, algo fatal ha surgido de ellos; los quiero, quiero ese peso venenoso, ese peso descomunal que me desarma, que me asfixia en la intimidad pública. Cuando la desesperanza se apodera de mí, y ya no soy más, ya no soy más ese ser desposeído, cuando me siento descomunal y expansivo, hasta penetrar en las miradas ajenas, los actos ajenos y deshumanizados de los demás; allí estoy, allí duermo, allí me alojo para siempre, para siempre, allí estaré para siempre.