jueves, 18 de abril de 2013

90

Y vi a un viejo triste, parado en la esquina esperando un milagro que bajara del cielo; pero no pasó nada. Los perros le seguían; mamá perro, papá perro e hijos perros. Y la gente en las calles estaba como triste, como lejana. Las caras tenían inmensidad; inmensidad de despertar y que todo esto fuera un sueño. El viento fuerte me golpeaba la cara y me recordaba que estaba viva, que todavía estaba aquí. Mis zapatillas seguían roídas por el hollín, las lluvias y el polvo, pero no importaba porque me gustaban así; sucias y gastadas. Música retumbaba en mis oídos y me mantenía viva, la canción me decía algo que ya no me acuerdo. Y me gusta caminar, caminar mucho, cansarme, cansarme mucho.

Avancé más y el mar se veía a lo lejos meciendo los barquitos pesqueros y la neblina helaba todo a su paso hasta que llegó a mí y me dejó ciega. Sólo ahí pude distinguir aquello que buscaba en mi interior, y que no estaba allá afuera, ni en el hombre viejo, ni en los perros, ni en las casas destruídas, sino que estaba guardado dentro de mi cabeza, una cabeza a punto de explotar y de desvanacecerse por fin. Mis ojos estaban atentos a lo que ahora iba a pasar; algo estalló a lo lejos, allá cerca, allá aquí.